RIU Magazine 005

característico color azul turquesa. Miguel pensó de nuevo en Ana. Temía que se des- pertara y al no encontrarlo en la habitación se asustara. Así que decidió regresar. Seim se quedó en la playa dando los últimos retoques a sus dibujos en la arena y se despidió de Miguel con un gesto mostrándo- le la orilla. —No te preocupes, Miguel, con la luz del día las cosas siempre se ven más bonitas. Re- cuerda que Le Morne tiene una luz especial. El sol ya asomaba por el horizonte y empe- zaba a arrojar las primeras sombras. Miguel quedó sorprendido por el efecto que produ- cía el rastrillado de Seim que creaba un juego de texturas y sombras realmente llamativo. La playa parecía un enorme lienzo de figuras sinuosas y motivos orientales. Un trabajo admirable que merecería ser compartido. Miguel lo observó unos instantes mientras veía como Seim se alejaba. Cuando regresaba hacia la habitación, Miguel sentía que el hallazgo del pendiente no serviría para mucho. A lo sumo, inquietaría a Ana para que quisiera ir a buscar el otro, algo que ya había comprobado que sería imposible. Suponía que ella se sentiría mal por haber arrojado de aquella manera los colgantes. Cuando llegó a la habitación, brillaba una luz cálida y agradable. Ana no estaba en la cama y a través de la puerta entreabierta del baño se escuchaba el ruido del agua de la ducha. Como había salido casi a oscuras, Miguel no había reparado en que las sandalias de Ana estaban en la entrada llenas de arena, algo que ahora le resultaba extraño. —Ana, soy yo, estaba en la playa, no podía dormir —alzó la voz desde la habitación, aún con ciertas reservas por si ella seguía enfadada. Ana abrió la puerta del baño iluminando aún más la habitación. Se miraron unos instantes como dos recién casados todavía desborda- dos por todo lo vivido en los últimos días. Sin decir nada, Ana sacó del bolsillo de su albornoz un pendiente mostrándolo con un guiño cariñoso y resignado. Miguel le devol- vió el gesto. —Espera, Seim —alzó la voz—. Me gustaría recompensarte por tu hallazgo. Seim no le dio importancia, solo levantó la mano a lo lejos mostrando despreocupación.

when she realised he wasn’t there, so he decided to go back.

Seim stayed on the beach, putting the finish- ing touches to his drawings in the sand, pointing to the shore as he waved goodbye to Miguel. “Don’t worry, Miguel, things always look better in the light of day.” He remembered what Seim said about Le Morne having a special light. The sun was already rising above the hori- zon, starting to cast its first shadows. Miguel was surprised by the shapes Seim had made by his raking, an eye-catching display of texture and shadows. The beach looked like an enormous canvas covered in sinuous figures and oriental motifs. Such an admirable work deserved to be shared. Miguel stood for a few minutes, watching as Seim moved further away. Seim paid no attention, dismissing the sug- gestion with a wave of his hand as he made his way further along the beach. As he reached his room, Miguel decided there was no point in returning the earring to Ana. In the end, it was sure to bother her. She would probably want to go and look for the other one, and he already knew that it wasn’t there. He imagined she would feel guilty for having thrown the earrings away like that. Opening the door, he was met by a warm and pleasant light. Ana wasn’t in bed and he could hear the sound of the shower through the bathroom door, which had been left ajar. It had been dark when he had left the room and he had failed to notice Ana’s sandals at the door, covered in sand, something that now struck him as odd. “Ana, it’s me, I couldn’t sleep so I went down to the beach,” he shouted from the room. He wasn’t sure if she would still be annoyed. She opened the bathroom door, letting even more light into the room. They looked at each other like two newlyweds, exhausted from all the emotions of the last few days. Without saying a word, Ana took one of the earrings from the pocket of her dressing gown, and showed it to Miguel, winking at him with tender resignation. He did the same. “Wait! Seim,” he shouted. “Let me give you something for finding the earring.”

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